Era propensa a la mala suerte, adicta a a la derrota. La inanición de ideas solían despegarla del plano que delimitaba a su silueta trasladándola al zulo en el que sus pensamientos armaban la revolucíon, siempre dando vueltas a lo mismo.
No poder respirar sin abrasarse por dentro, eso la condenó a odiar la libertad, deseaba ser víctima del mundo, vivía en el síndrome de estocolmo.
Avanzó a trompicones entre los angostos callejones de uno de los suburbios de la ciudad, esquivando charcos, evitando mojarse, tal y como había hecho siempre. No reparó en las advertencias de aquel hombre que le gritaba, pues no era un buen lugar para que se perdiese una muchacha tan jóven como ella.
Se encontró de frente con unos tipos desarrapados, altos y de aspecto descuidado. No se parecían demasiado entre ellos, no sabría decir si eran una pandilla o una simple coincidencia. ¿En común? la inmundicia que les rodeaba, estaban hasta arriba de mierda, dormían en la calle seguramente y aun así portaban pulseras y collares de oro, relojes caros y ropa de marca. Debían de ser ladrones.
Ella iba tan drogada que le faltaba raciocinio para digerir la situación, así que siguió avanzando ante la mirada atenta de los susodichos individuos. Uno de ellos levantó el dedo indice de su mano izquierda mientras repasaba a la muchacha de arriba a abajo. Tras agitarlo en señal de negativa habló al oído al hombre que estaba a su derecha, alto, al igual que el resto, con un peto vaquero y botas camperas de cuero, asintió y soltó una sonora risotada a la cual prosiguieron varios improperios que ella no alcanzó a comprender.
El líder, de esmoquín, una cresta mohícana en la testa y una cuidada barba de oso. El más limpio y destacado de todos ellos. Chascó los dedos varias veces siguiendo el ritmo de algo que tarareaba al tiempo que caminaba contoneando todo su cuerpo al mismo compás, cada vez más y más cerca de su deliciosa presa. Mirando al suelo se topó a su lado y se quedó quieto acariciando el aire del contorno de un precioso cuerpo femenino que se alejaba apresuradamente, con la cabeza gacha.
- ¡Quieta! - gritó el líder - no es muy educado entrar en la casa de alguien y largarse sin ni si quiera saludar.
"Colgado, maldito bastardo infeliz y solitario, ¿cómo se atreve a recriminarme nada?"
Los pensamientos por fin comenzaban a fluir, los sentidos funcionaban, la consciencia regresaba a su sitio.
- Siento mucho no haber saludado, es un despiste como cualquier otro, ¿un buenas noches le sirve al caballero? - respondió.
- ¿Buenas noches? ¿en dónde se haya visto que una noche sea buena sin disfrutar de la compañía de una mujer? - matizó el líder con afán posesivo. - para poder decir buenas noches, que ya lo has hecho, la noche ha de ser buena, si no... será una mala noche y nosotros en las malas noches saqueamos, robamos y matamos. ¿Quieres que Saqueemos, robemos y matemos? ¿o prefieres que la noche siga siendo... buena?
Daría lo que fuese en ese instante por seguir bajo los efectos de la droga, por padecer de nuevo esa extraña indolencia y evadir la situación con absoluta pasividad. Sabía que sería violada, lo mejor sería no oponer resistencia y llorar al llegar a casa. ¿Denunciarlo, correr, llamar a la policía? no eran opciones, denunciarlos no serviría de nada, probablemente esta gente debería de estar ya cumpliendo penas de cárcel con un amplio historial delictivo a sus espaldas y no era el caso. Correr era inutil, eran muchos y en buenas condiciones, solo sería retrasar unos segundos lo inevitable, aumentar la humillación y sentirse todavía más vulnerable. Llamar a la policía, probablemente sería una buena excusa para optar a una paliza y vivir con miedo a las represalias. Ante semejante estampa se aproximó al líder y escalando por su pecho le susurró que acabase rápido, en tono sensual para disimular la súplica.
Todo comenzó de forma apresurada, se sabía inminente, pero como siempre, el tiempo nos da la sensación de reservarnos un segundo tras otro, parece irrompible. No obstante la primera explosión se dejó sentir en las cercanías del campamento base. Un estruendo gigantesco paralizó momentaneamente a todas las tropas y los soldados se recogieron sobre sí mismos. Al instante alguien empezó a repartir los cascos y las municiones, el sonido de las armas al chocar unas con otras mientras un pelotón entero corría al lado de la estantería que las hacinaba, no parecía incomodar a nadie, pues se sabía que los gritos y el ajetreo pronto se verían ahogados por otro fogonazo de mortero. Ella se encontraba en medio de todos ellos, intentando comprender que es lo que allí hacía, cuando de pronto, alguien la sujetó del brazo y se la llevó a tirones en dirección a una trinchera cercana.
Alguien a su lado, probablemente por los nervios, se había herido una mano al intentar colocar la bayoneta a su fusil y en el acto la salpico la cara entera de sangre. Más explosiones y gritos llenaban el cielo haciendo temblar a las mismísimas estrellas del firmamento.
"¡Vamos a morir!" decían unos y otros, maldiciendo a la muerte por sus condiciones, lamentando una despedida, un último abrazo, un poco de seguridad y sosiego. Algunos observaban a sus compañeros caídos, lloraban ante ellos como quien llora ante un espejo, solo había dolor aquella noche pues eran menos, menos preparados y con escasa moral.
Hasta que él apareció de repente.
- Jenkins, informe de la situación, ¿a que distancia se encuentra el enemigo?, tenemos que persuadirles lanzando una ofensiva.
Altivo, confiado, duro y tajante en cada palabra. No tenía la voz quebrada como el resto, no jadeaba y no tenía miedo a lo que tenía enfrente. Varios hombres se pusieron firmes ante su figura, ella solo clavó sus ojos en los suyos y boquiabierta, suspiró.
La luna decrecia y no había lobos ahuyando en el horizonte, solo una guerra que no iba con ella y que por lo visto tampoco afectaba a aquel hombre. Era el coronel Dereck Autum, nombre que repetían todos al verle pasar y no pertenecía tampoco a ese mundo, por eso su determinación era tan importante, por eso la ausencia de temor. Ambos eran viajantes, su abstracción les había permitido sobrevivir a la guerra durante muchos años, para uno desde el convencimiento de la victoria y para la otra desde la ya mencionada inacción.
Desde el frente enemigo se escuchaban voces a modo de tentativa, llamaban al terror, pero delante encontraban una enorme complacencia.
Se levantó poniendo a merced de la metralla desprendida todo su cuerpo y atajó por una pequeña pendiente, que el cráter de una bomba había habilitado, para así salir a tierra de nadie. Un suelo quemado y humeante se extendía bajo sus pies y paso a paso caminó rumbo al amanecer. Fue abriendo los ojos, fue desvancando a la duda y atravesando otro callejón salió totalmente exhausta, pero orgullosa, a una de las avenidas principales de la ciudad. Se acercó a un contenedor de basuras y abrió una mano para observar en su palma la bandera del enemigo. Tiró el pene que había arrancado de un mordisco entre sacos llenos de deshechos y junto a él tiró también una pequeña bolsa de plastico con cocaína.
Al llegar a casa y darse una ducha reparadora buscó a Dereck Autum en la agenda telefónica. Aparecieron varias personas con el mismo nombre, escogió una y marcó...
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