La suerte siempre nos vigila.

martes, 28 de febrero de 2012

La huida y el estrépito

Se introdujo en el bosque siguiendo las huellas iniciadas en el mesón, con más curiosidad que tiento mientras mascaba una bola de chicle ya endurecida e insípida. Las ramas al partirse a su paso le produjeron algún que otro rasguño, pero era un hombre acostumbrado ya a moverse por esos terrenos. Salvo los grillos nada más que él parecía habitar el mundo en ese instante, allí, alejado de la ciudad. 

Por un momento le pareció ver algo moverse entre los arbustos, en una zona oscura oculta por la sombra de un enorme y frondoso roble que impedía el reflejo de la luna. Él estaba convencido de que era ella, que se había escondido ahí, pero la lógica no acreditaba su ilusión, pues claramente ahí no tenía cabida el cuerpo de una persona adulta, aun siendo esta una joven esbelta y espigada. 

Se aproximó al lugar igualmente e hizo el ademán de apartar algunas cuantas hojas, pero consciente de que con eso tampoco conseguiría ver nada metió la mano hasta donde pudo y agito el brazo tanteando algo parecido a un brazo, pierna o incluso pelo que pudiese agarrar. 
Solo agarró algunas cuantas bayas y astillas, las cuales se le clavaron en los dedos mezclando la sangre con la pulpa rojiza de aquellos pequeños frutos. En el acto y por reflejo se frotó la mano contra la camisa tiñéndola con los mismos pigmentos. 
Francamente, terminó hecho un pincel. 

- Y sabía Thomas que no escaparía, que podíamos desatarla, que la habitación era segura - masculló para sí en un tono airado y de completo desahogo - nunca sobran un par de grilletes, pero en lugar de eso le permitimos vestir incluso nuestras camisetas de algodón y nuestros jeans... 

John Weir, enclenque y cuasi desdentado paleto sureño, poco acostumbrado a los alumbramientos de la declaración universal de los derechos humanos, era un hombre de unos treinta y pocos años, ávido de emociones fuertes y con aires autoritarios que poseía un extremado toque infantil en su mirada y en su rostro carente de bello. Una enorme quemadura provocada, según cuentan, por el vuelque de una sartén llena de aceite caliente mientras ayudaba en la cocina a su tía abuela Delia en una fecha indefinida de su infancia, decoraba su papada y parte de su pecho. Era más bien bajito y su rizado y corto cabello, constantemente encrespado y seco, brillaba, si se puede decir que lo hiciese, en un tono zanahoria que lo envolvía en un aura poco menos que angelical. Siempre gastaba jeans, camisas eminentemente cuadriculadas, tirantes y botas altas, aunque esta vez lucía unas galas más refinadas con mocasines, pantalón de pinza y camisa blanca que debían de ser devueltos al día siguiente y que, como ya sabemos, han sido decorados a ramalazos, como una buena pintura abstracta. Cuando no mascaba chicle, jugueteaba con pajillas en la boca y si no se chupaba y mordía los nudillos, llenos estos de muescas y hoyadas causadas por sus propios dientes y por algún que otro impacto errado en alguna pelea. 

Solía malhumorarse con facilidad y era muy impaciente, desde luego esta situación que nos ocupa no era una excepción y John Weir ya estaba representando su crispación en una perfecta interpretación de si mismo en el magnifico escenario natural que lo arropaba. John iba a explotar y por suerte no había nadie cerca para verlo. 

Avanzó a trompicones, pateando cuanto había a su paso, maldiciendo en diversas lenguas y jergas e incluso inventando algunas nuevas en busca del énfasis que su nervio requería. Caracoles, escarabajos, roedores varios, nada estaba a salvo. Cada objeto y cada ser que se interponía en su camino participaba de la misma suerte, sería aplastado. 

Con semejante estruendo cualquier persona a menos de 10 kilómetros de distancia podía prevenirse y predecir con bastante exactitud su posición, con lo cual, flaco favor se estaba haciendo a sí mismo en su empeño de recuperar a la chica, que si no estaba muy lejos, al menos si que podría moverse con libertad despreocupándose de hacer ruido, o al menos, más ruido que John, lo cual era totalmente imposible e inalcanzable para cualquiera.

Lilith no debía de estar allí, lilith no debería de haber conocido a aquellos hombres y desde luego lilith no tendría que haber desobedecido a sus padres aquella noche. Pero Lilith no fue consciente en ningún momento del peligro que corría hasta que escapó.

Alta, delgada, de un pelo Rubio casi antinatural, teñido diría yo, aunque no podría confirmarlo. Era una muchacha bastante sencilla de unos 19 o 20 años y podríamos pensar de ella muchas cosas, pero probablemente no acertaríamos en nuestras predicciones, pues dentro de su presunta inocencia hasta ella escondía secretos. Secretos oscuros que pondría los pelos de punta al más duro entre los duros, hasta a John si los conociese.

No obstante y a pesar de todo, ella huía, lo hacía como si la vida dependiese de ello, lo cual no era necesariamente cierto, pero claro, el miedo a lo desconocido y una situación de secuestro pueden presagiar lo peor, más aun en una mente retorcida como la suya. Y es que como bien dice el dicho "piensa el ladrón que todos son de su condición".

Los gritos de mosqueo se dispersaban por todo el bosque haciendo resonar la voz de John en su cabeza. Como un martillo, sus blasfemias golpeaban su pensamiento y la trasladaban a un imaginario paraíso de la tortura, en el que ella tantas veces había soñado estar, pero del lado contrario al que se estaba refiriendo su actual y dramática fantasía. 

Con esto se aventuró en el bosque lo más que pudo, se aventuró tan profundamente que casi llegó a cruzarlo. Un bosque no muy extenso, aunque si espeso en el que es muy fácil perderse, pero en el que si andas lo suficiente también es relativamente encontrar la salida. Y así fue que se topó con una carretera. Asfalto bacheado y viejo que escondía, seguramente, una gran cantidad de historias de viajantes, autoestopistas y turistas perdidos. En él botaban unas pequeñas piedras de gravilla que fueron empleadas para disimular los socabones de la pista y que delataban la aproximación de un vehículo de gran tamaño. Pronto el ruido de un motor cobró protagonismo y eliminó de un plumazo a las voces que se habían instalado en su cabeza unos metros atrás, en el bosque.

Shockeada todavía por la situación se situó en medio de la carretera interponiendose al camión. Ella, logicamente, debió de pensar que este frenaría a tiempo y la atendería. Podría tener, quien sabe, algo de ropa de abrigo y agua fresca en su interior. Era momento de especulaciones y de esperanzas, esperanzas que se diluirían a la misma velocidad a la que el camión, haciendo chirriar unos desgastados e inestables frenos, la embestía violentamente para terminar proyectándola varios metros más allá.

El conductor asomó la cabeza por la ventanilla observando el cuerpo tendido en el suelo, que yacía ya inerte, aunque este jamás lo sabría, pues jamás se pararía a comprobarlo. Al hacerlo y bajar la música de su radio escuchó los gritos y las maldiciones de John y subiendo el cristal de la ventanilla a toda prisa aceleró esquivando el cuerpo para salir de allí lo antes posible.

A Lilith no le dio tiempo a ver pasar la vida ante sus ojos antes de morir, no le dio tiempo ni siquiera a ver la cara de su asesino, ni le dio tiempo a arrepentirse de haberse escapado de su prisión para hallar la muerte. Una mano helada le arrebató su jadeante aliento de un tirón y su fatigado cuerpo pasó al reposo en un parpadeo.

John, llego presto, raudo con prontitud y deprisita al lugar en el que se encontraba Lilith. Cuando la vio esgrimió una sonrisa de oreja a oreja y solo acertó a decir lo siguiente:

-Jodete zorra, esto te pasa por intentar huir de mi - se aproximó poco a poco al cadáver y arrodillándose a su lado levantó la cabeza y suspirando terminó por decir - y lo mejor de todo es que Thomas no me podrá culpar de lo ocurrido.

Rió violenta pero laceradamente en algo que mudó sin más en una tos incontrolable, maligna, sí, pero tos incontrolable después de todo. Escupió a un lado y se incorporó sobre una rodilla para alzarse definitivamente y recoger el cuerpo, el cual retiró a un costado de la calzada tapándolo como pudo con la basura que por allí había.

Él ya era feliz con su venganza. No la mató, pero sin duda fue su persecución la que la condujo a su fin. Ahora sería problema de Thomas resolver el resto del plan tras este percance "que se joda, el se empeñó en ser el cerebro", pensó para sí en voz alta.

Llamaría a Thomas para contarle lo ocurrido y se quedaría allí, plácidamente, sosteniendo en una mano la tentación de desnudarla y en la otra la sensatez de no hacer nada más.


-¡¿Qué ha pasado aquí?!- Se apresuró a decir Thomas tan pronto llego al lugar en el que John guarecía el cadáver de la joven Lilith. - Más vale que esto tenga una explicación convincente John, porque por si no eres capaz de deducirlo por ti mismo ya te adelanto yo que esto es un gran contratiempo.


Se produjo un ligero silencio tras estas palabras, silencio durante el cual John intentaba contener su risa y aparentar seriedad y entereza. Este se puso de pie para estar a la altura de Thomas, o al menos aproximarse puesto que Thomas era bastante más grande que él. Se acercó mirando de forma sesgada el cadáver y le comenzó a contar casi al oído todo lo que ocurrió, más o menos.


Thomas asintió dejando de mirar arriba, que es lo que solía hacer cuando prestaba atención a alguien. Y en ese mismo instante se apresuró a levantar el cuerpo de Lilith mientras hacía cabalas.


-Supongo que esto supone el final de nuestros planes- Dijo John.


-Es muy posible, muy posible. De todos modos ahora tenemos un muerto entre manos, no podemos dejarlo aquí. Espero que el señor Anthony no haya olvidado el pequeño favor que me debe, nos hace mucha falta. Tu  limpia el traje y dispón todo para salir mañana. Me llevo la furgoneta, tendremos que deshacernos de ella también. Consigue un vehículo e intenta limpiar tu traje. Nos vemos en la gasolinera a la hora del desayuno.


- ¿A qué hora? - preguntó John.


- A la del desayuno, John, a la hora del desayuno, la de siempre, las 9 de la mañana. - Dijo Thomas alzando la voz más de lo habitual en él para hacer énfasis en la aclaración.


- Pero ayer, por ejemplo desayunamos a las 10:30...


- ¡Ayer era domingo, por Dios!


- si... y el sábado ni si quiera llegamos a desayunar - refunfuñó John para sí mismo - a lo mejor es que ahora somos judíos y no podemos desayunar los sábados... la hora del desayuno... lo que hay que oír...


- ¿Decías algo John? - preguntó Thomas mientras cargaba el bulto en la furgoneta, una vieja pick-up que casi no se sostenía por su cuenta.


- No, nada, solo hacia cuentas... por.. lo de el traje, ya sabes. - Respondió John titubeando.


- Del pago de los trajes me ocupo yo, ya lo sabes. Tu no te preocupes por eso e intenta ser útil de vez en cuando.


Terminó de subirse a la furgoneta y arrancó en dirección a Casperville, lugar de residencia del señor Anthony.


El señor Anthony era un médico forense, probablemente uno de los más brillantes de todos los tiempos, pero nunca resolvió un solo caso con sus exámenes a cadáveres. Más bien al contrario, siempre supo ingeniárselas para, a cambio de una pequeña comisión, esconder todas las pruebas acusadoras que pasaban por sus manos.


En este caso Thomas no tenía dinero para comprar sus servicios, pero a este se le debía un enorme favor, un favor de más de 130 kilos.


La hermana menor del señor Anthony tiene un serio desajuste hormonal y este desemboca en kilos y kilos de grasa corporal. Podríamos compararla con una fabrica de jabón, pero sería jugar con la sensibilidad de muchas personas, sobre todo de las más pulcras. El caso es que Thomas, sabiendo que algún día podría requerir de sus servicios, decidió, con gran valentía, aceptar la propuesta de cita romántica con ella que el señor Anthony, viejo compañero de instituto de Thomas, le había pedido por compasión a su "hermanita".


La ventaja que según Thomas tenía la susodicha era que no hacía falta una cama para acostarse con ella, pues ella era la cama. Obviamente con ese comentario no mejora su dignidad, pero al menos le quita un poco de hierro al asunto.


Lo importante es que por fin podría cobrarse el favor, así que aparcó delante de la casa de Anthony y se dirigió al portal para llamarle.


- ¿Sí, quién llama? - respondió una voz a través del portero automático.


- Soy un amigo del Dr. Anthony, ¿está en casa?, es muy urgente. - dijo Thomas.


-¿Thomas, eres tú, Thomas? mi hermano no está en casa aun, pero sube, puedes esperarle aquí.


"Mi hermano... ¿mi hermano? ¿qué demonios hace la vaca chiflada en casa de Anthony?". Thomas comenzó a subir las escaleras tras asegurarse de que nadie podría ver el cadáver dentro de la furgoneta mientras no dejaba de pensar en el inevitable encuentro con Christy, la oronda hermana del señor Anthony. Su pulso se aceleraba lenta pero ferozmente y su frente comenzaba a sudar. No obstante siempre es necesario realizar sacrificios.


- Ho.. hola Christy... cuanto tiempo... - dijo tartamudeando y mirando al suelo.


- La verdad es que sí, ha pasado ya mucho tiempo desde la última vez que nos vimos. Y la verdad... es que estaba deseando volver a verte... no he dejado de pensar en aquella noche y hoy todavía tenemos un par de horas o tres hasta que regrese mi hermanito de su partida de poker. - mientras terminaba de hablar en la cabeza de Thomas retumbaban esas dos o tres horas como el badajo de una campana rebotando contras las paredes de una cueva.


- Para mi también fue una noche inolvidable Chri.... - su palabra se quebró a medida que levantaba la vista del parqué de la casa y la iba posando sobre el cuerpo de Christy. - Chri... ¿Christy?... Casi no te reconozco, estás... preciosa.


Una remozada y mucho más delgada Christine Mayers se apareció frente a sus ojos, deslumbrando con su nuevo look al bueno de Thomas, que no salía de su asombro. Ahora las dos o tres horas de espera ya no eran un problema para él, si no todo lo contrario. Se le ocurrían muchas formas de pasar el tiempo dada la nueva circunstancia y el nuevo giro de la historia.


- Pasa, siéntate. ¿Quieres que te traiga algo de beber? ¿has cenado? puedo prepararte algo si quieres, tengo chuletas de cerdo en la nevera y queda algo de puré de patata del mediodía.


- No, descuida, no tengo hambre. Pero cuéntame, ¿cómo... cómo has conseguido...? bueno... ya sabes, ¿perder tanto peso?


- Mi hermano, tiene un colega de la facultad que es un especialista en el tema, hace auténticos milagros. Me ofrecí voluntaria para probar un nuevo tratamiento que está ayudando a desarrollar y bueno, ya me ves. 74 kilos menos en dos años y medio. Por eso estoy aquí, insistió en que me quedase en su piso mientras durase todo esto, por si tras alguna de las vacunas que me han ido poniendo necesitase un médico.


- Un forense en este caso - bromeó Thomas comenzando a mostrar su elegancia habitual. - de todos modos parece que el riesgo a merecido la pena.


- ¿Es que antes no te resultaba atractiva? ¿no eras tu quien me decía una y otra vez que la belleza está en el interior mientras me...


- Si, si, si, si, si. Pero ahora no solo eres bonita por dentro. - dijo John cortando una más que posible obscenidad por parte de Christy.


- Gracias Thomas, eres un cielo.


La conversación prosiguió durante más de 4 horas y Anthony todavía no llegaba. Thomas parecía no darse cuenta de eso mientras tonteaba con Christy, quien no dejaba de mirar el reloj de su muñeca con preocupación entre cada trago de vino y palabra de asentimiento para Thomas. Entonces, quizás por la borrachera, o quizás simplemente por los encantos de un Thomas que desbordaba elocuencia y caballerosidad por cada poro de su piel, es cuando ella decidió invitarlo a su cama, mueble que por cierto ahora sí sería necesario.

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